Nunca estamos infinitamente lejos de aquellos que odiamos. Por la misma razón pues, podríamos creer que nunca estaremos absolutamente cerca de aquellos que amamos. Pensé en el párrafo inicial de la Piel fría a los diez minutos de haber llegado a la Habana, cuando la estupefacción se mezclaba con la ira y el desencanto, con una rabia punzante que se transformó en tristeza y la constatación de que la Revolución Cubana al igual que la de los Soviet había consistido en una enorme estafa
Esta previa viene a cuento por la constatación de primera mano que tuve al comprobar el lamentable estado de dejadez, abandono y ruina de la Habana vieja y la nueva también. La sensación que aquella zona fue bombardeada hace años y no se ha tocado absolutamente nada, ni tan siquiera se han molestado en retirar los escombros, ni arreglar un poco las fachadas, aunque sea con una humilde capa de cal que siempre tapa las faltas estructurales. Es la expresión de la desolación casi absoluta, como en aquella escena del Pianista en la que Adrien Brody camina solo como un punto sin referencia en medio de la calle llena de escombros. Hay casas medio derruidas donde el resto milagrosamente se mantiene en pie, apuntaladas de rudimentaria manera, y a pesar de ello ahí vive gente. Una mujer nos contemplaba desde un balcón sin barandilla de un quinto un sexto piso. Las paredes de las antiguas mansiones coloniales transformadas en minúsculas estancias son de una gama irisada de colores a cual mas deteriorado. Casas siempre abiertas, puertas y ventanas dejan al descubierto la vida interior de los cubanos. A este cuadro caótico le salva la sonrisa más o menos interesada y la música que suena por todas partes, en una cascada variada pero siempre rítmica, y la sensación de una cadencia pausada, conformista y resignada en el tráfico de los ciudadanos. No intenté encontrar la casa de Pablo Milanés, sinceramente, ni tan solo se si vive en ciudad de la Habana o en Santiago, que me imagino debe ser más o menos lo mismo, como Santa Clara, Matanzas o Cárdenas. Y es que me angustié tanto que solo quería huir, salir de la Habana, y eso a las once y diez, pero no podía, la guagua que nos había traído desde Varadero no retornaba hasta las seis de la tarde.
¿Que hacemos? Le pregunté a Nuri (mi mujer)
Pues salirnos como podamos – contestó – serán seis horas largas.
Y recompusimos el ánimo maltrecho. En el Floridita nos tomamos un daiquiri con una estatua de Hemingway al fondo a la izquierda, enfrente mismo había una librería donde compré la poesía completa de Don José Martí y Don Nicolás Guillen. En la plaza Vieja deambulamos entre paradas de libros de segunda mano y acabamos en el malecón charlando con el custodio del Monumento al general Máximo Díaz que él vigilaba. Nos explicó que estaba allí des de las cinco de la mañana hasta las siete de la tarde. Hacia las dos del mediodía le llevaban un mísero bocadillo y una botella de agua y todo esto remunerado con doscientos chavos al mes. A pesar de ello se le veía bastante contento, o resignado, me quedé en la duda. A su lado un “rasta” de pupilas amarillentas garabateaba dibujos en una libreta. Mientras, llegó Liovis, que nos acompañó en un recorrido antiturístico por las dos Habanas, fuimos a su casa donde estaban su compañera y la madre de ella. Me impresionó aquella mujer, maestra jubilada, de ojos claros, profundos, cansados y de postura digna, de aquella dignidad que solo saben mantener los pobres. Recuerdo que me preguntó:¿Qué le ha parecido la Habana? Una hermosa dama que ha envejecido muy mal – le contesté – y por un instante nuestras miradas se cruzaron. Luego comimos en un chino sin chinos, unas pizzas relativamente comestibles y Liovis nos acompañó hasta la plaza de la Revolución, en donde está la Terminal de autobuses Vía Azul.
A las nueve estábamos en el hotel Coralia Club Playa de Oro en Varadero. La televisión nacional Cubana informaba que el país estaba preparado ante la inminente llegada de la tormenta tropical Rita. El sol ya habia declinado.
Esta previa viene a cuento por la constatación de primera mano que tuve al comprobar el lamentable estado de dejadez, abandono y ruina de la Habana vieja y la nueva también. La sensación que aquella zona fue bombardeada hace años y no se ha tocado absolutamente nada, ni tan siquiera se han molestado en retirar los escombros, ni arreglar un poco las fachadas, aunque sea con una humilde capa de cal que siempre tapa las faltas estructurales. Es la expresión de la desolación casi absoluta, como en aquella escena del Pianista en la que Adrien Brody camina solo como un punto sin referencia en medio de la calle llena de escombros. Hay casas medio derruidas donde el resto milagrosamente se mantiene en pie, apuntaladas de rudimentaria manera, y a pesar de ello ahí vive gente. Una mujer nos contemplaba desde un balcón sin barandilla de un quinto un sexto piso. Las paredes de las antiguas mansiones coloniales transformadas en minúsculas estancias son de una gama irisada de colores a cual mas deteriorado. Casas siempre abiertas, puertas y ventanas dejan al descubierto la vida interior de los cubanos. A este cuadro caótico le salva la sonrisa más o menos interesada y la música que suena por todas partes, en una cascada variada pero siempre rítmica, y la sensación de una cadencia pausada, conformista y resignada en el tráfico de los ciudadanos. No intenté encontrar la casa de Pablo Milanés, sinceramente, ni tan solo se si vive en ciudad de la Habana o en Santiago, que me imagino debe ser más o menos lo mismo, como Santa Clara, Matanzas o Cárdenas. Y es que me angustié tanto que solo quería huir, salir de la Habana, y eso a las once y diez, pero no podía, la guagua que nos había traído desde Varadero no retornaba hasta las seis de la tarde.
¿Que hacemos? Le pregunté a Nuri (mi mujer)
Pues salirnos como podamos – contestó – serán seis horas largas.
Y recompusimos el ánimo maltrecho. En el Floridita nos tomamos un daiquiri con una estatua de Hemingway al fondo a la izquierda, enfrente mismo había una librería donde compré la poesía completa de Don José Martí y Don Nicolás Guillen. En la plaza Vieja deambulamos entre paradas de libros de segunda mano y acabamos en el malecón charlando con el custodio del Monumento al general Máximo Díaz que él vigilaba. Nos explicó que estaba allí des de las cinco de la mañana hasta las siete de la tarde. Hacia las dos del mediodía le llevaban un mísero bocadillo y una botella de agua y todo esto remunerado con doscientos chavos al mes. A pesar de ello se le veía bastante contento, o resignado, me quedé en la duda. A su lado un “rasta” de pupilas amarillentas garabateaba dibujos en una libreta. Mientras, llegó Liovis, que nos acompañó en un recorrido antiturístico por las dos Habanas, fuimos a su casa donde estaban su compañera y la madre de ella. Me impresionó aquella mujer, maestra jubilada, de ojos claros, profundos, cansados y de postura digna, de aquella dignidad que solo saben mantener los pobres. Recuerdo que me preguntó:¿Qué le ha parecido la Habana? Una hermosa dama que ha envejecido muy mal – le contesté – y por un instante nuestras miradas se cruzaron. Luego comimos en un chino sin chinos, unas pizzas relativamente comestibles y Liovis nos acompañó hasta la plaza de la Revolución, en donde está la Terminal de autobuses Vía Azul.
A las nueve estábamos en el hotel Coralia Club Playa de Oro en Varadero. La televisión nacional Cubana informaba que el país estaba preparado ante la inminente llegada de la tormenta tropical Rita. El sol ya habia declinado.
Francesc Puigcarbó
Hi.. Thanks for you comment about Column Magazine White. The Error was fixed.
ResponderEliminarPrecioso relato Francesc. Me encantó!
ResponderEliminarUna hermosa dama que ha envejecido mal... y es que no se puede definir mejor...
ResponderEliminarBueno, por cierto aquí tenemos una interesante pintura de un punto geográfico que además está muy bien escrita. Felicitaciones al autor.
ResponderEliminarEn lo personal también puedo decir que conozco La Habana, pues allí estuve en tres diferentes oportunidades, y no de paso sino que me quedé varias semanas cada vez, pero el motivo de esos viajes no fue el turismo sino cuestiones laborales.
Por cierto, me alojaba en el Hotel Habana Libre, señorial y enorme pero muy venido a menos en mantenimiento, al punto que el último piso no estaba habilitado pues el techo se llovía en caso de tormenta. Además, el baño de mis piezas de hotel probablemente no recibían mantenimiento desde los años cincuenta o sesenta, y allí las canillas perdían siempre un poco de agua, así que me imagino el consumo enorme de ese vital líquido, si es que esa situación se repetía en la mayoría de las habitaciones.
De todas formas, cuando fui a Cuba de eso hace ya muchos años, no encontré tan mal algunos de los edificios históricos, claro, no todos ellos sino los que se habían reciclado con apoyo de UNESCO. Por ejemplo, la Casa del Gobernador y el Museo Napoleónico realmente estaban bien conservados y bien presentados para el turista, y a buen recaudo los valores históricos allí expuestos.
Sí me impresionaron algunas cuestiones comerciales por su baja eficiencia, las enormes colas en los cines por ejemplo o en las tiendas, o las esperas casi obligatorias para tomar un helado, en la plaza que quedaba frente a mi hotel.
Claro, con lo goloso que soy por los helados, iba con frecuencia a tomar uno al citado sitio, pero mientras hacía la cola esperando turno para ser atendido, demoraba increíblemente cuarenta minutos, o cincuenta, o incluso una hora. Claro, los helados se servían en un plato hondo de latón, y como había muy pocos platos para la existente afluencia de público, con frecuencia se interrumpía la expedición de helados esperando que se devolvieran los platos, para luego lavarlos, y recién entonces recomenzar otra tanda de servicio.
El sistema económico castrista es inviable, pues casi todo el mundo allí es empleado público, incluso los puestos callejeros y los taxis son atendidos por empleados públicos.
Una vez que tomé un taxi, el conductor me pidió mi nombre, y anotó mi punto de partida y de destino. Obviamente lo primero que piensa uno cuando se enfrenta a esta realidad, es que el Estado vigila a los extranjeros, pero no, lo más probable que esos registros se usen sólo como elementos de base para una contabilidad mínima del negocio, puesto que claro, a los turistas se les debe cobrar en dólares americanos, y a los lugareños se les debe de cobrar en pesos cubanos.
Bueno, aquí tenemos una muy interesante pintura de un punto geográfico, que además está muy bien escrita. Felicitaciones al autor.
ResponderEliminarEn lo personal conozco también la ciudad de La Habana, pues hace años estuve allí en tres oportunidades, y el motivo de esos viajes no fue el turismo sino que fui por asuntos laborales.
Allí me alojaba en el Hotel Habana Libre, enorme y muy señorial construcción pero muy venido a menos por la falta de mantenimiento, al punto que el último piso del hotel estaba desafectado pues allí los techos se llovían en caso de tormenta.
Además, los baños de mis piezas de hotel probablemente no recibían mantenimiento desde los años sesenta, pues tenían azulejos rotos, y las viejas canillas perdían siempre algo de agua, así que me imagino el enorme consumo que allí habría del líquido elemento si esa situación se repetía en la mayoría de las habitaciones.
En oportunidad de mis visitas, lo que no encontré del todo mal fueron los sitios históricos, claro, no todos ellos sino los que habían sido reciclados con apoyo de UNESCO. Me refiero por ejemplo a la Casa del Gobernador y al Museo Napoleónico, bien conservados, bien presentados para el turismo, y con valores históricos allí expuestos de real valía.
Siempre me gusta venir aqui y leer también los comentarios.
ResponderEliminar"la constatación de que la Revolución Cubana al igual que la de los Soviet había consistido en una enorme estafa". Yo diría que la Revolución Cubana aun consiste... Estuve en La Habana hace unos 10 años, y me prometí no volver hasta que esa estafa haya concluído.
ResponderEliminarEstuvimos en la Habana en el año 1.985 y su estado de deterioro ya era por aquel tiempo lamentable, tengo que decir una cosa, no encontramos miserias entre ellos simplemente pobreza, nadie nos pedia comida sino vaqueros y boligrafos.El año anterior estuve en Mexico DF y en la propia ciudad nos pedpian comidas niños y mujeres de una dejadez inhumana y la miseria vivìa al lado de opulencia.Este desnivel social no lo encontramos en Cuba, eso si, el turista era el rey y cuando ìbamos al Floridita o a la Bodeguita de Enmedio nos obligaban a pagar en dòlares lo cual para nosotros los españoles era como imposible vivir allì cuando los daiquiris o los mojitos habia que pagarlos en dolares.
ResponderEliminarEstuvimos en Cuba 22 dias y nos la recorrimos de punta a punta, en Santiago de Cuba estuvimos yendo dos dias a la estaciòn de autobuses para que nos llevara a las Playas del Este que en aquella època era el lugar donde el cubano pasaba las vacaciones segùn nos contaron era una cosa parecida como aquì en España tuvimos las Residencia de Tiempo Libre gestionadas por el sindicato vertical franquista.Por fin un dia pudimos tomar el autobùs y marcharnos a Playas del Este la vuelta no estaba asegurada, no sabìan exactamente, a que hora volveria el ùltimo autobùs.Como estuvimos en el mes de septiembre, todas las instalaciones estaban vacias, el cubano tomaba las vacaciones de Junio a Agosto y por supuesto quien allì veraneaba eran los funcionarios del partido de la revoluciòn.
Cuando llegò la tarde nos pusimos en la parada del bus esperando su llegada, pasaron horas y el dichoso autobus no aparecìa, un señor campesino se nos acercò y nos comunicò que no habrìa autobùs porque se habià averiado, que la ùnica forma de llegar a Santiago era haciendo auto-stop.Lo hicimos y nos parò un camiòn que llevaba a unos trabajadores para sus casas despuès de un duro dia de trabajo en las carreteras, muy amablemente nos hiceron subir a la caja del camìòn, allì de piè nos llevaron de vuelta hacia Santiago, solo nos pidieron una condiciòn , unos kilometros antes deberiamos bajar, ellos seguirìan y a la vuelta una vez que hubieran dejado a los trabajadores nos volverìan a recoger.
Estando subido en el camiòn, antes de llegar a donde teniamos que bajar, unos de los trabajadores me comentò que eran presos que venìan de trabajar en las carreteras y que lo llevaban de vuelta al penal.Todo nuestro viaje por Cuba estuvo lleno de estas anècdotas y hoy en dia cuando nos reunimos el grupo que estuvimos en la isla lo recordamos como el gran viaje de nuestras vidas.
fus
Hola Francesc.Me acorde y vine aqui hoy cuando Fidel se fue.Es solo dar mi abrazo al pueblo cubano que consiguio hacer de la nada mucho con mucha dignidad a todos los niveles.Estoy pensando en la musica,la literatura,la medicina...aquellos maravillosos coches que aun siguen rodando...Un abrazo para ti!!
ResponderEliminarme gusta lo que has escrito sensacional Adoro cuba y su gente
ResponderEliminarEstuve en La Habana una semana el año 2010 y me pasma lo mucho que has descrito de esta ciudad habiendo estado tan solo unas horas. Te felicito por tu espíritu observador y por las conclusiones que nos compartes. Por supuesto, no puedo estar más de acuerdo con lo que expones.
ResponderEliminarSaludos cordiales